¿OLIVO O CABALLO?
España es el mayor productor de aceite de oliva del mundo, doblando en cantidad al segundo de la lista, Italia
¿Olivo o caballo?
Cuenta la leyenda que allá arriba en el Olimpo, el Dios Zeus, cansado de la disputa entre Atenea y Poseidón por los derechos de gobierno sobre el Ática, decidió conceder la victoria a aquel que ofreciera a sus ciudadanos el mejor regalo.
Sabia decisión de Zeus sin duda. Qué mejor gobernante para un pueblo que aquel capaz de hacerle el mejor regalo, el mejor presente, es decir, el mejor futuro. Irreprochable
Poseidón se presentó con un caballo, el animal más noble y más bello, la fuerza que ayudará a los humanos a labrar la tierra, a transportarse y ha ganar en la guerra. Un regalo símbolo de poder y de prosperidad, que desde entonces camina junto al hombre en todos los momentos de la historia hasta nuestros días.
Caballería del friso del Partenón, oeste II, 2-3. Museo Británico
Atenea apareció con una ramita de olivo, de hojas verdes y envés plateado, un árbol de cuyos frutos se obtendrá un aceite de innumerables propiedades, un elixir de eterna juventud que además servirá para alumbrar en las tinieblas, curar heridas y por supuesto cocinar y aderezar alimentos haciéndolos más sabrosos.
Los narradores de la leyenda cuenta que Zeus no dudó un instante en conceder la victoria a Atenea, quien sembró el Olivo en el Ática y dio su nombre a la ciudad, Atenas.
Cuánta sabiduría hay detrás de las leyendas, los cuentos y las historias que perduran y se transmiten a través de generaciones.
Un individuo puede estar acertado o equivocado, puede ser torpe en sus decisiones o listo, valiente o cobarde, pero una especie entera, toda la humanidad, manifestación de la naturaleza sin límite construida desde el génesis, actúa como la corriente de un río cuando busca el mar, no hay error, hay camino, hay destino.
No es de extrañar que Zeus supiera, como el que mira una película que ha visto ya mil veces, que para un pueblo es más útil la luz que la fuerza, la salud que el poder, la cura que el arma, en fin, la paz que la guerra.
Yo me imagino a España como un olivo, con profundas raíces, un tronco grueso, retorcido por los tiempos, los climas, la sequía, la helada, varias ramas que se alzan buscando la luz, del sur al norte, de la tierra al cielo, y en cada rama las varas repletas de hojas, de flores y de frutos verdes y maduros.
Yo me imagino a España como un olivo de distintas variedades de aceitunas que se extienden por todo el territorio, siguiendo el cauce de los ríos, los valles, la sierra, la campiña y los llanos, recubriendo la piel de toro de manchones verdes y extendiéndose a capricho de la orografía y de la voluntad de los hombres y las mujeres, hablando todas las lenguas y conquistando las cocinas de todo el país.
Un olivo de tronco grueso, milenario, pero que un día fue un pequeño plantón, que tardó años en dar sus frutos, que mil veces estuvo a punto de no salir adelante, pero que en cada revés cogía más fuerza y se hacía más difícil derribarlo o desecarlo.
Las raíces fueron haciéndose cada vez más profundas y su tronco más robusto, que las guerras lo fueron podando y dando forma, que algunas plagas lo debilitaron y que apunto estuvieron de acabar con él.
El olivo es un árbol del que se desconoce su expectativa de vida. Se cree que es inmortal, que existe desde siempre y que siempre existirá. Hay ejemplares de más de 3.000 años; el más viejo conocido se encuentra en Palestina, le llaman Al Badawi (El Grande) y se cree que tiene 4.500 años.
España es el mayor productor de aceite de oliva del mundo, doblando en cantidad al segundo de la lista, Italia. Salvo en Asturias y Cantabria (nadie es perfecto) en todas las comunidades se encuentran olivares y se produce aceite de oliva.
El aceite es parte de nuestra cultura, es esencia de nuestra cocina, de nuestra economía, de nuestra historia y de nuestro destino.
Levantemos una rama de olivo y brindemos por España.
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